Desde el primer encuentro, este espacio se reveló como una promesa en calma. Un blanco expectante, casi litúrgico, que no era ausencia sino potencial.
Victoria Cerna supo leer ese silencio como quien escucha una oración sin palabras, y lo convirtió en un acto de creación profundamente consciente.
Por Julio Pérez-Novoa | Fotos Teresa Sifuentes
Simetría Inmaculada es un homenaje a lo esencial. Una metáfora sutil sobre el orden, la belleza y el equilibrio como reflejos del alma. La arquitectura se alinea con la geometría sagrada del entorno, invitando a una experiencia de introspección y conexión.

Para renovar el piso, Victoria no buscó solo una solución estética: buscó un gesto de restitución. Como quien limpia con respeto un templo antiguo.
Junto a Yasmin Flores, desarrollaron una intervención 100% artesanal utilizando la técnica de esténcil y pintura acrílica al agua. El patrón elegido, con su ritmo de hojas y luz, honra la esencia del lugar sin competir con ella.

El mural, creado por el artista cajamarquino Fernando Amorin, se inspira en el patrimonio espiritual del espacio. A través del claroscuro, logró que la pintura dialogara con la escultura como si siempre hubiesen pertenecido al mismo plano.
El azul elegido —intenso, oceánico—es símbolo de profundidad, serenidad y trascendencia. Como el mar, tiene memoria.

Los jardines que rodean la escena, diseñados con criterio ecológico y poético, refuerzan esa sensación de templo abierto al cielo.
Plantas que crecen sin rigidez, enraizadas pero libres, dan al conjunto una cadencia natural que equilibra lo monumental con lo íntimo.

Simetría Inmaculada es un acto de fe en la belleza. Un recordatorio de que el arte puede sanar, que el color puede elevar, y que incluso la más sutil simetría tiene el poder de tocarnos profundamente.
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