Al cruzar las puertas de “Paisaje Interior”, uno entra en un territorio suspendido entre lo silvestre y lo construido, donde el diseño deja de ser una respuesta funcional para convertirse en un lenguaje sensible.
La propuesta de Silvana Cossio escapa deliberadamente de los cánones del diseño comercial para abrir paso a una reflexión más libre, más íntima, más compleja.
Por Julio Pérez-Novoa | Fotos Sebastián Aparicio
Un follaje suspendido en el techo, plantas que brotan del suelo, volúmenes espejados que disuelven los límites y una lámpara escultórica —la luminaria Xerophile— que nace como gesto y permanece como símbolo.

Todo está dispuesto para ralentizar el tiempo, invitar a la contemplación y provocar nuevas formas de habitar.

Inspirada en las plantas xerófilas y en la obra “Paraíso” (1971) de Tilsa Tsuchiya, Silvana descompone referentes pictóricos y botánicos para rearmarlos en un paisaje tridimensional. No se trata de una cita literal, sino de un proceso intuitivo y profundamente laborioso, en el que la investigación, el arte y la docencia confluyen en un lenguaje propio.

El uso del plateado —que antes fue rojo, que luego fue azul— es solo uno de los muchos cambios que el proyecto atravesó hasta consolidar su voz.

“Paisaje Interior” no es una escenografía. Es un experimento emocional. Un espacio que no busca impresionar, sino acompañar. Un refugio imperfecto y abierto, donde el diseño, como la vida, transcurre con curvas, pausas y preguntas.

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