Cada paso en Brisa Marina es un tránsito hacia otro estado. No se trata solo de un recorrido espacial, sino de una inmersión emocional: calma, naturaleza y arquitectura se entrelazan en un mismo gesto. Desde el ingreso, la vegetación crece como si emergiera desde el suelo, insinuándose entre las superficies minerales como un susurro de vida.
El techo espejado multiplica la luz y las formas hasta diluirlas, como si el mar se hubiese colado hasta aquí, creando un umbral donde todo se suspende.
Por Julio Pérez-Novoa | Fotos Teresa Sifuentes
Luis Escobar ha diseñado este espacio como quien esculpe un refugio para los sentidos. Cada ambiente, cada superficie, parece pensada para ser sentida. Las cortinas de pliegue profundo amortiguan el sonido y envuelven la escena en penumbra táctil. La piedra, el mármol, los textiles y los reflejos dialogan en un mismo idioma: el del tiempo lento y el del bienestar.

La cocina se ofrece como una prolongación natural del estar. Nada estridente, todo armonioso: una isla de piedra curva, una mesa dispuesta con sutileza y un ventanal que encuadra un jardín de bambús verticales. Como si cocinar y contemplar fuesen parte de una misma ceremonia.

Las piezas de mobiliario y diseño elevan la narrativa. La consola, con enchape de madera despliega vetas rojizas que respiran luz. Frente a ella, una escultura de metal suspendido —liviana y perforada— proyecta sombras danzantes sobre la pared, como si la corriente marina la atravesara.

Y luego, el baño: no como estancia funcional, sino como pequeño templo. Allí, la obra de Daniel Arsham se manifiesta en una tina escultórica, un lavadero de líneas orgánicas, un inodoro inteligente y un espejo que parece flotar.

La imagen retroiluminada del mar al fondo sella esta atmósfera casi onírica: la luz filtrada bajo el agua se refleja en las superficies, evocando un arrecife sumergido. En este espacio, el tiempo se disuelve.

Luis Escobar ha dicho que diseñó este espacio para recordarnos que también merecemos pausas, silencio, cuidado. Y esa intención se vuelve tangible. En Brisa Marina los reflejos nos devuelven a nosotros mismos en una versión más calma, más presente.

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